Karla y Luis están devastados. Su vida cambió hace tres meses al descubrir una mañana que su hijo de 19 años se había suicidado. Nunca se imaginaron que estaba deprimido o que algo malo le pasaba. Era un chavalo alegre, hacía deportes, tenía novia, siempre rodeado de sus amistades y con varios proyectos en marcha.
En una carta dejó dicho que tenía años con una tristeza profunda difícil de explicar y que sentía que lo mejor era irse de este mundo. Ambos sienten que «fallaron» al no darse cuenta por lo que pasaba su hijo y cargan con una culpa enorme.
Una sicóloga feminista independiente nos explica que una de las primeras reacciones tras el suicidio, es recriminamos por no haber visto las señales y hacer algo para evitarlo. «Esto solo aumenta nuestros sentimientos de culpa causándonos más daño. Si como familia no teníamos idea de lo que sufría, ni las herramientas para saber cómo abordar el tema, es muy difícil poder haber hecho algo», recalca.
Hay muchas razones, no solo una
En muchos casos escuchamos que el motivo del suicidio fue por una decepción amorosa o por problemas económicos. Esto, nos dice la sicóloga, invisibiliza el hecho de que hay diferentes causas que empujan a una persona al suicidio.
Puede ser que tengamos estabilidad amorosa o económica y eso no impide que tengamos sufrimiento emocional. No existe un solo factor que lleve a una persona a atentar contra su vida. Sí puede haber un desencadenante y eso podría hacer pensar que es la única causa y que podrían haberla evitado.
Aunque tengamos una familia amorosa, muchas amistades y estabilidad en las relaciones amorosas, escolares o laborales y, mostremos una aparente normalidad, en ocasiones, por dentro las personas pueden sentir mucha soledad y un sufrimiento que no pueden o no saben compartir con el resto.
Dejemos de juzgar
La sicóloga nos explica que hay muchos mitos alrededor del tema que nos llevan a pensar que quien se suicida fue «muy cobarde» o «muy valiente». «Es importante que tengamos claro que quien se suicida es una persona sin esperanza y no sabe ─o no puede encontrar─ otra salida. Esta persona cree que la única manera de acabar con su sufrimiento es terminar con su vida», añade.
También explica que, tras el hecho, la gente cercana piensa que sus vidas también terminaron y jamás volverán a reír o disfrutar y esto puede ser una forma de autocastigo consciente o inconsciente. De esta manera, la tristeza y la desesperanza se instalan en las acciones cotidianas.
Un punto importante es tener claro que hay elementos comunes en los procesos de duelo como un shock inicial, negación. culpa, tristeza o enojo, pero, también llega la aceptación, que es el momento cuando hemos digerido lo ocurrido y nos damos permiso de seguir adelante.
Trabajemos la culpa
La culpa es un sentimiento muy común en estos casos y aumenta el dolor emocional. Hay mamás que no se «perdonan» no haberse dado cuenta, ya que hay creencias que les otorgan súper poderes con relación a sentir que algo malo pasa con sus hijos e hijas, cosa que no es objetiva.
Especialistas en procesos de duelo por suicidio explican que no deberíamos culpabilizarnos, porque el razonamiento que usamos en esta situación es emocional. Nos comemos el coco con ideas recurrentes buscando comprender lo sucedido y no encontramos respuestas.
Incluso, en algunas ocasiones la culpa viene de la creencia de que podemos controlar todo lo que acontece en la vida «si yo hubiera hecho esto o lo otro, quizá estaría aquí». Nos lleva a pensamientos circulares que dificultan o impiden hacer análisis o reflexiones correctas. Por eso es importante asistir a terapia sicológica para comenzar un proceso de sanación de este duelo tan complejo de superar.
Busquemos el camino a la recuperación
- En primer lugar, es fundamental la aceptación, que no es lo mismo que la resignación. Aceptamos que es un hecho que cambió nuestras vidas para siempre, pero esto no significa no poder seguir adelante.
- Entendemos y aceptamos que la persona sufría mucho, aunque sus razones para quitarse la vida sean incompresibles desde nuestro punto de vista.
- Respetamos que fue su decisión, la peor de toda su vida, pero suya. Nadie es culpable de un suicidio, es la persona quien toma la decisión. Hay que desarrollar más empatía y entender que la visión distorsionada de su realidad limitó su capacidad de enfrentar lo que vivía, peor aún, si tenía problemas de salud mental.
- Comprendemos que no quiso hacernos sufrir y que quizá su decisión fue para evitarnos más dolor en el futuro, pero es probable que no tuviera la capacidad de dimensionar el dolor tan grande y permanente que iba a causarnos.
- Le perdonamos y nos perdonamos porque somos seres humanos. Así podemos darnos permiso para volver a reír y reconectar con la vida.
Fuente documental: Guía para familiares en duelo por suicidio, Oficina Regional de Coordinación de Salud Mental. Consejería de Sanidad de la comunidad de Madrid, 2019.
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